domingo, 5 de septiembre de 2010

Stephen Hawking y el debate entre ciencia y religión (Por Joan López)

«Él está sentado sobre el círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas; Él extiende los cielos como una cortina, los despliega como una tienda para morar» Isaías 40.22.

En el siglo III a. C., el filósofo griego Apolonio de Perga (262-190 a. C.) intentando explicar el movimiento aparente de los astros alrededor de la Tierra, supuso que los astros debían de moverse en órbitas excéntricas y epicíclicas.

Siglos después, el astrónomo Claudio Ptolomeo (100-170 d. C.) complementó el trabajo de Apolonio y elaboró un sistema cosmológico geocéntrico basado en los epiciclos, unas órbitas cuyo centro se sitúan en un punto determinado de las órbitas deferentes, cuyo centro sería la Tierra. A diferencia de Platón o de Aristóteles, Ptolomeo era un empirista. Su trabajo consistió en estudiar la gran cantidad de datos existentes sobre el movimiento de los planetas con el fin de construir un modelo geométrico que explicase dichas posiciones en el pasado y fuese capaz de predecir sus posiciones futuras. Se llegó a diseñar un complejo entramado de órbitas (epiciclos y deferentes) con movimientos retrógrados y elípticos, pero aún así no se lograba explicar del todo la retrogradación y la variación del tamaño y de la luminosidad de ciertos planetas. Con la mejora de las observaciones, se necesitó añadir más círculos al modelo para adecuarlo, haciéndolo impracticable. Hubo que esperar hasta Copérnico (1473-1543) para encontrar una solución eficaz al problema.

Nicolás Copérnico, lejos de incrementar la complejidad de los epiciclos y los deferentes, simplemente le dio un nuevo enfoque al modelo cosmológico: Planteó que los astros no giran alrededor de la Tierra, sino alrededor del Sol. En su obra De Revolutionibus Orbium Coelestium simplificó enormemente el modelo cosmológico imperante hasta entonces, aproximándose más a la realidad de las leyes que rigen el movimiento de los astros. No obstante, resultó difícil que los científicos de la época lo aceptaran, su teoría ponía en tela de juicio el hecho de que el hombre está en el centro del Universo para contemplar la majestuosidad de los cielos hechos por Dios.

Sin embargo, no sería correcto atribuir el descubrimiento de Copérnico exclusivamente a los avances en los métodos de observación en la Edad Moderna. En el siglo III a. C., unas décadas antes del nacimiento de Apolonio de Perga y dieciocho siglos antes de que Copérnico rompiera el paradigma geocéntrico, el filósofo griego Aristarco de Samos (310–260 a. C.) realizando unas sencillas mediciones de la distancia entre la Tierra y el Sol, determinó que el tamaño del Sol era mucho mayor que el de la Tierra. Para Aristarco era la demostración de que la Tierra, junto a los demás astros, gira alrededor del Sol y no a la inversa. No fue la razón ni el resultado de las observaciones, sino la filosofía antropocéntrica imperante, lo que evitó que la teoría más lógica, correcta, y por lo tanto la más sencilla triunfara en aquella época, dando paso a un modelo complejo, lleno de dificultades e inconsistencias, que exigía complicadas argucias para explicar el aparente desorden de estos vagabundos del espacio, y además erróneo.

En la actualidad, el pasado 2 de septiembre del 2010, una noticia ha saltado a los medios de comunicación provocando cierto revuelo: Stephen Hawking, la mayor autoridad reconocida en astrofísica de nuestra era, afirma en un avance su nuevo libro aún por publicar The Grand Design que Dios no creó el Universo. Hawking argumenta que el Big Bang, es decir, la gran explosión inicial del universo, fue “una consecuencia inevitable” de las leyes de la física y que el cosmos “se creó de la nada”. La prensa rápidamente ha buscado el sensacionalismo: “Hawking reabre la polémica entre Ciencia y Religión”, rezaba un titular de “El Mundo”:
No obstante, cabría preguntarse por qué a estas alturas del siglo XXI, el científico más influyente de la Teoría de Big Bang se ve obligado a ofrecer explicaciones sobre la inexistencia de Dios en los fenómenos astrofísicos. La respuesta quizás esté en las contradicciones de la propia teoría del Big Bang, a las que el propio Hawking contribuyó en su obra A brief history of time: from the Big Bang to black holes (1988), donde de forma un tanto ambigua, llegó a sugerir que las leyes del universo podían haber sido creadas por un “ente superior”. El principal problema es el de tener que explicar que el universo surgió de la nada.

Actualmente, teorías como las del “diseño inteligente” pretenden demostrar que la evolución de las especies es fruto de la mano de algún ser racional. En esa maraña seudocientífica en la que se intenta conciliar la fe con la ciencia, la teoría del Big Bang, pese a las declaraciones de Hawking, juega un papel destacado al dejar una puerta abierta a todos aquellos que pretendan demostrar la existencia de un ser creador.
Basta observar que la Iglesia Católica Romana ha aceptado la teoría del Big Bang como una descripción válida del origen del Universo, sugiriendo que dicha teoría es compatible con las cinco vías para la demostración de la existencia de Dios que estableció el filósofo, teólogo, escritor y Doctor de la Iglesia Santo Tomás de Aquino (1224 - 1274 d. C.), en especial con la primera de ellas sobre el movimiento1 , así como con la quinta vía.2

La editorial de la Cope, la cadena episcopal, hace una nueva interpretación: “Stephen Hawking afirma que el universo pudo surgir de la nada, gracias a la existencia previa de una serie de leyes físicas. Pues bien, por lógica ese mismo argumento debería llevar a concluir la existencia de Dios.”

Sin embargo, la teoría del Big Bang, hasta ahora casi indiscutible, es menos consistente e incuestionable de lo que aparenta. Sus márgenes han de ser movidos constantemente tras cada observación para hacerla encajar con los resultados obtenidos, igual que ocurría desde la antigüedad con los estudios de Claudio Ptolomeo y todos los que le sucedieron hasta el siglo XVI.

Constantemente es necesario corregir la fecha de la supuesta Gran Explosión, se buscan explicaciones para extrañas aceleraciones que se manifiestan en la expansión de la materia, se financian investigaciones que tratan de probar la existencia de una gran cantidad de materia (materia oscura) que resulta imprescindible para cuadrar los cálculos, y cuya existencia es tan hipotética como lo fue en su época la de los epiciclos.
Por su puesto que ha de haber una razón que explique la observación de un universo en constante expansión y para la radiación de fondo, pero ¿esa explicación es necesariamente una gran explosión creadora que hiciera aparecer el cosmos de la nada?

Llegados a este punto, es preciso recordar que no todos los científicos defienden la teoría del Big Bang. Entre ellos, es destacable la figura del premio Nobel de física Hannes Alfvén (Norrköping, 1908 – Estocolmo, 1995). Este físico, conocido como el padre de la física del plasma, elaboró un modelo cosmológico de un universo infinito en el tiempo y el espacio, basado en el plasma, donde la materia no se crea de la nada, sino que se transforma. Alfvén consideraba que la aparente expansión del universo que observamos no es más que una simple fase local de una historia mucho más amplia.

Tal vez, en un futuro, esperemos que no haya de pasar dieciocho siglos, se vuelva a hablar de Alfvén. Quizás para entonces muchos de sus estudios y conclusiones hayan quedado obsoletos, pero es posible que se haya acercado más a la realidad que los actuales astrofísicos defensores del Big Bang. Así pues, de una vez por todas, se habrá superado el teocentrismo, que no es más que una derivación del antropocentrismo, para dar paso a un nuevo modelo cosmológico mucho más simple que el actual, con un nuevo enfoque que demuestre realmente que el universo no gira alrededor de ningún ente sobrenatural.

De producirse este cambio de paradigma en el mundo de la astrofísica, a parte de los avances que supondría en el conocimiento de las leyes del universo, lo más destacable sería que supondría también una victoria de la razón frente a la filosofía imperante que se nos impone desde las altas esferas, tal y como ocurrió en la Edad Moderna; una época en la que florecieron valores como progreso y razón frente al dogmatismo.

Este nuevo enfoque en la cosmología iría acompañado de la ruptura de otros muchos paradigmas en otros campos del conocimiento que a día de hoy pueden parecer incuestionables por la ideología imperante. El fenómeno de la construcción de epiciclos en la cosmología para explicar lo inexplicable, tiene su paralelismo también en otras ciencias, como la sociología o la economía, donde sesudos expertos teorizan sobre modelos económicos sostenibles basados en el capitalismo y buscan soluciones imposibles a las crisis del sistema, todo con tal de no abandonar la mentalidad impuesta por las clases dominantes. En cambio, si planteamos que la solución está en que el universo no tiene porqué girar entorno a los principios del capitalismo, seguramente simplificaremos lo que hasta hoy a muchos les parece incomprensible.

1. Primera vía: El movimiento como actuación del móvil: Es cierto y consta por el sentido que en este mundo algunas cosas son movidas. Pero todo lo que es movido es movido por otro. Por tanto, si lo que mueve es movido a su vez, ha de ser movido por otro, y este por otro. Mas así no se puede proceder hasta el infinito… Luego es necesario llegar a un primer motor que no es movido por nada; y este todos entienden que es Dios. Las cinco vías para la demostración de la existencia de Dios (Santo Tomás de Aquino)



2. Quinta vía: El gobierno de las cosas: Vemos que algunas cosas que carecen de conocimiento, esto es, los cuerpos naturales, obran con intención de fin… Ahora bien, las cosas que no tienen conocimiento no tienden a un fin si no son dirigidas por algún cognoscente e inteligente. Luego existe algún ser inteligente que dirige todas las cosas naturales a un fin; que es lo que llamamos Dios. Las cinco vías para la demostración de la existencia de Dios (Santo Tomás de Aquino)



4 de septiembre de 2010