Mensaje enviado a los miembros del grupo de facebook En defensa del internacionalismo
Compañeros, hoy les  escribo desde el estado español no para explicarles los últimos  acontecimientos sobre los que cualquiera se puede informar online de  forma inmediata. Hoy quiero hablarles de lo que he vivido hoy mismo en  mi propio barrio. Serían las ocho de la mañana cuando, al tomar el café  en el bar de costumbre, la camarera me mostró los titulares de la prensa  que hablaban de las movilizaciones populares señalando con orgullo la  foto de la portada. Se trataba de una plaza ocupada. Su hijo se  encuentra allí acampado. Es la Plaza Tahrir de mi ciudad.
Hoy  en día, todas las ciudades del mundo tienen una plaza Tahrir –tan sólo  hay que tomarla y darle ese nombre– y en mi país, puedo decir con  orgullo, después de asegurar contra viento y marea y frente a todos los  escépticos que la espiral de luchas que, contra los ataques del capital a  los trabajadores y desfavorecidos del mundo, estalló en Grecia al grito  de ¡Pueblos del Europa, alzaos! Llegaría hasta aquí en el momento menos  esperado, ya hay instaladas casi 60 plazas Tahrir ocupadas por toda  la geografía ibérica. Y esto no ha hecho más que empezar.
Esta  lucha, después de recorrer Europa, crecer en los países árabes haciendo  estallar revoluciones y derribando dictaduras, llegando incluso a tocar  el corazón del Imperio (con el epicentro en Wisconsin), ha llegado al  estado español para quedarse. Las conclusiones que se extraen por  doquier es que nuestro principal enemigo es el capitalismo, un enemigo  que, no me cansaré de decirlo, actúa a nivel mundial, por lo que la  respuesta, y cada vez vamos más en esa dirección, ha de ser  INTERNACIONAL.
Según me comentó esta camarera, ante la  amenaza de desalojo en la que se encuentra la plaza ocupada, ella  asistirá esta noche junto a unas amigas porque según me dijo “se está  vendiendo mucho la idea de que tras este movimiento sólo están los  jóvenes, y a ellos es muy fácil criminalizarlos por los prejuicios de la  sociedad, pero veremos si son capaces de meterse con trabajadores,  madres y padres de familia”.
Después del café, quedé con  mi pareja, con quien tenía que acudir al Centro de Atención Primaria de  la Seguridad Social para pedir hora con su médico de cabecera. Allí nos  dieron cita para la semana que viene. Como el problema, sin ser una  urgencia, corría cierta prisa, pedí explicaciones. La recepcionista que  nos atendió nos explicó que lo lamentaba mucho y entendía nuestra  situación, pero estaban saturados de trabajo. Hay escasez de personal,  algunos estaban de baja (supongo que el estrés debe hacer estragos en la  salud en estos casos) y con los recortes sufridos, entre otras cosas no  se contrata a más personal para atender las necesidades del servicio  sanitario ni se cubren las bajas de personal. Y así, toda la  administración pública.
Al ver la cara de agobio que ponía  la chica, les dije que contra los recortes vayamos todos a protestar a  la plaza Tahrir de nuestra ciudad. Al ver los gestos y sonrisas de  complicidad de la recepcionista, los celadores y los pacientes allí  presentes, comencé a notar que en mi barrio algo estaba cambiando.
La  confirmación la tuve poco después, al realizar la compra en el  supermercado. La cajera, mientras me cobraba, se me quejó en confianza  de que todo el mundo decidía ir a comprar a la misma hora. Le expliqué  que esto era debido a los horarios laborales, y eso nos llevó a hablar  de la situación laboral del país. Decía que no entendía cómo con tantos  parados en este país, resulta que los pocos que tienen la suerte de  trabajar se ven obligados a realizar el trabajo de dos y hasta tres  personas, (y el que no quiera, ya se sabe, en la puerta hay cinco  millones esperando) con jornadas laborales de más de ocho horas y por la  mitad de lo que se considera un sueldo aceptable. ¿Por qué no  trabajamos siete horas y repartimos más el trabajo? - Me preguntó.
-Bien  . - le dije. - No muy lejos hay una plaza donde la gente lucha y se  hacen propuestas interesantes. La cajera me dedicó una amplia sonrisa y  me explicó que si no asistía a la plaza no era por falta de ganas.  Nuevamente, gestos y sonrisas de complicidad, esta vez en la cola de la  caja del supermercado. Al salir cargado con las bolsas de la compra me  pregunté ¿Es imaginación mía? No, realmente algo está cambiando. No sólo  en mi barrio, ni en mi ciudad, ni siquiera en mi continente, estoy  seguro.
Si los sindicatos y partidos de izquierda quieren  estar a la altura de los acontecimientos, deben inmediatamente convocar a  sus bases, a sus afiliados y simpatizantes, y poner toda su  infraestructura y medios al servicio de la democracia real, una  democracia que nada tiene que ver con la dictadura de los mercados que  vivimos hoy en día, la dictaddura del capitalismo, sino con la democracia obrera.
De lo  contrario, como de costumbre, seremos los trabajadores los que pasando  por encima de nuestros dirigentes saldremos a la calle para exigir lo  que nos corresponde. Ahora los medios de comunicación extranjeros hablan  de “Spanish Revolution” ¿A qué esperamos a traducirlo al castellano?  ¿Alguien duda de que estamos a las puertas de una revolución, no en  España, ni en los países árabes, sino en el mundo? Las dictaduras caen,  la dictadura de los mercados no ha de ser una excepción. Alguien dirá,  “Lo que hay en España, según los manuales, no es todavía una  revolución”. Bien, yo lo llamo revolución, desde ya, no sólo por este  nuevo proceso que está surgiendo, que se está incubando, un proceso que  se va a dar en todo el mundo y que puede que dure años e incluso  décadas, con triunfos y derrotas, avances y retrocesos.. lo llamo  revolución simplemente porque lucho para que, efectivamente, sea una  auténtica revolución.
Luchemos por dotar al movimiento, no  de un carácter anticapitalista, porque ya lo tiene, sino de un programa  y una dirección revolucionaria capaz de llevarlo hasta el final. Un  programa que no se conforme con la retirada de todos los recortes y  ataques sufridos por nuestra clase desde el inicio de la crisis, sino  que incluya, como medio indispensable para satisfacer nuestras  necesidades y derechos, - jubilación a los 60 años con el 100% del  salario, salario mínimo de 1.200 euros, creación de puestos de trabajo y  un subsidio de desempleo decente hasta conseguir la colocación,  reducción de jornada laboral, por una sanidad y educación pública de  calidad, por unos servicios públicos eficientes para el ciudadano…- La  expropiación de la banca, la tierra y los monopolios bajo control  obrero, sin indemnización (y sin tocar los ahorros de los trabajadores,  por supuesto), expropiación de las empresas que se declaren en quiebra o  suspensión de pagos bajo control obrero, y poner todos esos medios y  beneficios al servicio de la mayoría de la sociedad. La democracia ya no  está en las urnas, la democracia real está en la calle. Por un  anticapitalismo no utópico, sino REAL. Nos vemos en la plaza Tahrir.
 

