Es un hecho incuestionable que las direcciones de los partidos tradicionales de izquierda en Europa, llámense partidos socialistas, comunistas o bien de otra forma tras la extinción de sus siglas originales y sus símbolos más revolucionarios —señal visible de la pérdida de contenido de clase de su programa— han encallado en el reformismo al perder la confianza en la clase obrera y en la posibilidad de la transformación socialista de la sociedad.
Actualmente tenemos por un lado a las organizaciones provenientes de la II Internacional, y por el otro a las que se sumaron a la III Internacional o partieron de ella. La II Internacional, fundada por Engels en base a un programa genuinamente marxista, sufrió la degeneración del reformismo y el revisionismo en sus filas, surgiendo la III Internacional de los elementos que aún mantenían viva la llama del marxismo. No obstante, sería una burda generalización afirmar que los grupos y organizaciones más revolucionarios se sumaron a la III Internacional, quedándose de este modo los más reformistas en la II.
En el primer congreso de la III Internacional, grupos y organizaciones centristas, ante el hecho de que la Internacional Comunista se había ganado las simpatías de la inmensa mayoría de los trabajadores de todo el mundo, aun cuando la única organización de masas real era el partido comunista ruso, intentaron adherirse a la “Komintern” a la vez que esperaban mantener una autonomía suficiente que les permitiera continuar su política. Así pues, ante la entrada de elementos ajenos al marxismo, la III Internacional intentó ponerles freno con la instauración de una lista de veintiuna condiciones que numerosas organizaciones, a pesar de que muchos de sus dirigentes y militantes continuaban sintiéndose marxistas, no adoptaron por múltiples motivos. Posteriormente, con la degeneración del estalinismo, grupos, corrientes y partidos de la II Internacional llegaron incluso a superar a la III Internacional en cuanto a ideas, prácticas y métodos marxistas.
La degeneración de la komintern supuso que todos los partidos dependientes de ella o situados en su entorno de influencia abandonaran, en la práctica, los principios marxistas y revolucionarios más elementales, aunque hay que decir en pro de sus bases que en un principio este hecho no era evidente para la mayoría de trabajadores y activistas que militaban en sus filas. Por lo tanto, sólo era cuestión de tiempo que ambas internacionales acabaran, en lo que concierne a sus direcciones, confluyendo en un camino que no visibilizaba ya la revolución.
Una vez que la mayoría de la izquierda oficial ha aceptado la lógica del sistema capitalista ya no tiene nada más que ofrecer al pueblo. El reformismo es un callejón sin salida, puesto que al negarse a tocar las bases del actual sistema, no puede resolver las desigualdades, injusticias dramas y calamidades que genera el capitalismo. La incapacidad para aportar soluciones concretas a problemas reales ha llevado a la izquierda a ofrecer en bandeja de plata a parte de su electorado y la primacía del discurso de la solución de los problemas a la derecha más rancia y reaccionaria, puesto que allí donde no llega la verdad de la izquierda, llega la razón de la derecha.
El aspecto más dramático y paradójico de este asunto es que la propia izquierda es quien oculta esa verdad, que no es otra que la que explica que vivimos en un sistema que necesita de la explotación, el sufrimiento y la miseria de la mayoría para el beneficio y el enriquecimiento de una minoría. En cambio, los dirigentes reformistas lo único que pueden hacer es aplicar medidas de maquillaje que no conducen a nada, y el siguiente paso, por otro lado lógico, es simplemente medrar para ocupar un escaño o un cargo que les haga la vida más fácil.
Sin embargo, en Europa, aun teniendo en cuenta los quince años de crecimiento económico anterior a 2008, y que finalizó ese mismo año con el estallido de la crisis actual, el reformismo no es suficiente para explicar la actual bancarrota de las organizaciones de la izquierda, quedando patente su incapacidad para ofrecer una alternativa socialista al capitalismo. En las degeneraciones reformistas y burocráticas de las direcciones de nuestros partidos, en los errores y las traiciones de nuestros dirigentes, el capitalismo ha invertido considerables esfuerzos interviniendo, manipulando, dividiendo, comprando y corrompiendo dentro, fuera y alrededor de las principales organizaciones de la izquierda. Pero aunque las direcciones hayan sucumbido a estas presiones, las bases continúan fieles a sus principios más revolucionarios y además aprenden en base a su experiencia.
Si me he referido a la degeneración de las direcciones como un hecho incuestionable, también es innegable que la clase obrera no consiente que intereses ajenos a su lucha les arrebaten sus organizaciones tradicionales, aunque la fuerza de esta oposición depende en gran medida de la presencia y la influencia que ejerzan en el seno de sus organizaciones. El abandono de los principios marxistas por parte de cualquier organización obrera no se ha producido nunca sin fuertes luchas intestinas, dimisiones y disoluciones de las agrupaciones juveniles, así como el rechazo de buena parte de las bases y simpatizantes.
En la actualidad, en el seno de los partidos y organizaciones tradicionales de la izquierda de la mayoría de países desarrollados, los burócratas, sus vasallos y los incondicionales de toda la vida campan a sus anchas por los locales y agrupaciones, junto a algún que otro bienintencionado y quijotesco militante que intenta defender nobles causas y “desfacer” entuertos. Mientras tanto, las bases y los votantes se encuentran en sus casas, aunque esto no significa que no existen y hay que tenerlos muy en cuenta..
La clase obrera, por encima de libros y teorías, aprende de su propia experiencia. Las derrotas de las luchas obreras de finales de los 80 y los 90 en Europa, la desindustrialización, la precarización del empleo, el paro y las consecuencias de la crisis económica actual constatan, fracaso tras fracaso y retroceso tras retroceso, la triste realidad del reformismo No obstante, nuevos aires frescos soplan desde América Latina. Si ayer, la clase obrera más poderosa y numerosa estaba en Europa, hoy, América Latina cuenta con sus trescientos millones de trabajadores, junto al gran sueño de Bolívar de la unidad de los pueblos latinoamericanos abriendo las mentes y los corazones a uno de los principios marxistas más elementales: el internacionalismo proletario.
A pesar del rumbo que han tomado nuestros dirigentes, es importante comprender que por un lado, los trabajadores son ante todo prácticos, y siempre se dirigirán en primera instancia, tanto a nivel político como sindical, hacia sus organizaciones tradicionales, en cuyo seno, debido a la presión de las bases, se desarrollarán y extenderán corrientes de izquierda socialista que tratarán de recuperar el auténtico programa del socialismo, junto a corrientes centristas cuya característica principal es la oscilación entre reforma y revolución. Por otro lado, los trabajadores poseen sus propias tradiciones de lucha, sus sindicatos, partidos, siglas, símbolos…, y de la misma forma que lucharán a brazo partido antes de permitir que les arrebaten ese legado, también son reacios a abandonarlo a la primera de cambio.
Es conveniente resaltar, para quienes apelan constantemente a la incorrección política de muchos de los símbolos que los trabajadores han incorporado a sus tradiciones, que la memoria histórica de la que parten muchas de estas tradiciones, de forma similar a la memoria individual, es selectiva y tiende a idealizar el pasado. Consta de elementos que para muchos trabajadores están por encima de cualquier imperfección que los ligara anteriormente al estalinismo, al reformismo o a cualquier otra desviación contraria al marxismo, puesto que hoy en día se concentra en ellos la esencia de los principios más revolucionarios que llegaron a expresar en el pasado, los valores y programas primigenios con los que nacieron sus organizaciones y por los que lucharon nuestros antepasados y que sus descendientes anhelan hoy en día. Por lo tanto, la memoria histórica no es abstracta, sino un conocimiento que entraña valores, principios, ideas y sentimientos, que se transmite de generación en generación, de padres a hijos y de abuelos a nietos, en un proceso donde se mitifican siglas, se idealizan partidos, se veneran símbolos y dirigentes históricos se convierten en leyenda . .
Así pues, tan sólo aquellos que por su condición social carecen totalmente de estas tradiciones, se atreven hoy en día a inventarse unas siglas y formar un partido partiendo de la nada, con la falsa ilusión de creerse los más revolucionarios, esperando a que el resto de los trabajadores abandonen sus partidos y se sumen al suyo. Lo peor son las conclusiones que estos elementos extraen contra la clase obrera para explicarse por qué sus análisis y perspectivas no se cumplen tal y como esperaban. No comprenden que cuando las masas entran en la escena política y se expresan en sus organizaciones tradicionales, sus direcciones, debido al aumento de la presión por la base, se sienten empujadas a emplear un lenguaje más radical y a ostentar con mayor frecuencia todo tipo de simbología revolucionaria ante el temor de perder influencia —o bien porque realmente con la evolución de los acontecimientos, algunos dirigentes evolucionan también políticamente— provocando un notable giro hacia la izquierda. El motivo es lo de menos, lo que importa es que, tal y como afirmaba Buenaventura Durruti y León Trotsky, cuando las masas entran en política, lo hacen exigiendo el cumplimiento de todo aquello que se les prometió.
Así, a modo de conclusión, el deber de todo revolucionario es luchar junto a la clase trabajadora en el seno de sus organizaciones tradicionales. Es en este campo de batalla donde el imperialismo intenta manipular, dividir, comprar, corromper y sobornar con tal de arrebatarnos nuestras principales armas ideológicas y organizativas, puesto que el imperialismo sabe perfectamente que es ahí donde principalmente se dirigen las masas cuando el pueblo se alza contra sus opresores, exigiendo a sus dirigentes pan, tierras, dignidad, paz y justicia. En consecuencia, es en estas organizaciones donde las fuerzas del marxismo tienen que presentar la contraofensiva ofreciendo a las masas un programa marxista con el fin de evitar que la oscilación hacia la izquierda de la dirección, originada por la presión de la base en un momento de auge de la lucha de clases, no sirva a los elementos reformistas para aplacar los ánimos revolucionarios de los trabajadores y poder luego girar el timón hacia la derecha, sino para encauzar el movimiento revolucionario hacia la completa erradicación del capitalismo.